jueves, 27 de junio de 2013

Margot Woelk, la joven a la que obligaban a probar la comida de Hitler


Uno de los mayores temores de cualquier líder político, presidente de una nación, rey o dictador es ser asesinado a través del veneno que alguien ponga en su comida.
A lo largo de la Historia, muchos han sido los que han muerto de esta forma y no hace demasiado tiempo os hablábamos en este blog sobre Locusta, considerada como ‘la primera asesina en serie de la Historia’ y cuyos servicios fueron contratados por Agripina la Menor y su hijo Nerón para envenenar a sus rivales políticos.
Desde siempre, y para evitar morir envenenados, la mayoría de gobernantes han tenido a su disposición personas que se dedicaban a probar todo lo que debía ser ingerido, dándose en la Historia multitud de casos en el que no se pudo llevar a término el magnicidio deseado.

Como no podía ser menos, Adolf Hitler era uno de esos personajes colocado en el punto de mira de muchas personas que quisieron acabar con él a lo largo de los años en los que se mantuvo en el poder y por tal motivo contaba con una serie de medidas de seguridad que lo mantenían a salvo de sufrir un atentado, accidente fortuito o envenenamiento.
Quince jóvenes veinteañeras formaban el grupo destinado a probar todos los alimentos que se cocinaban y que debían ser ingeridos por Hitler y sus acompañantes en la Wolfsschanze ("la Guarida del Lobo"), el nombre en clave de uno de los mayores cuarteles militares en el que solían reunirse.
Todas ellas eran muchachas que habían sido reclutadas a la fuerza y les tocó la angustiosa tarea de catar todo aquello que se serviría en el plato del Führer.

Margot Woelk fue una de esas chicas obligadas a probar la comida del líder nazi y única superviviente de las que formaron el grupo de catadoras. En la actualidad tiene 95 años y a través de varias entrevistas que ha concedido recientemente, ha explicado cómo todavía recuerda la angustia y temblores que le entraban cada vez que la plantaban frente a las bandejas de comida y debía probar un poco de cada una.
Todo lo cocinado eran ricos y sabrosos manjares que harían disfrutar a cualquier comensal, pero la sola idea de pensar que alguien podría haber puesto veneno en alguno de aquellos alimentos, para acabar con la vida del líder nacionalsocialista, le hacía entrar un angustioso pánico, el cual le perduró a lo largo de muchos años después de haber vivido aquella terrible experiencia.

Los menús de Hitler se componían básicamente de sopas, frutas, legumbres y verduras, ya que el Führer era un acérrimo defensor de la dieta vegetariana y entre sus proyectos, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, estaba el convertir a todos los territorios pertenecientes al Tercer Reich en sociedades vegetarianas, descartando de las dietas cualquier tipo de carne y pescado.
Tuvo la desgracia de tener que ejercer esa ingrata labor entre los años 1941 y 1944, aunque admite que, dentro de la desdicha, tuvo suerte al ser la única del grupo que logró salvar su vida. El resto de sus compañeras no murieron envenenadas, pero perdieron la vida tras la entrada de los soviéticos y ser fusiladas por éstos.
Margot Woelk corrió mejor suerte y logró escapar gracias a la ayuda y complicidad de un teniente del ejército nazi que la subió a un tren rumbo a Berlín y poder dejar atrás la horrible experiencia que vivió a lo largo de los últimos tres años.

jueves, 13 de junio de 2013

El niño negro que quería ser nazi

Varias han sido las ocasiones en las que he tocado temas muy relacionados con el nazismo. En ellos he tratado de explicar sencillas historias en las que los protagonistas habían estado a uno u otro lado del régimen liderado por Adolf Hitler y cómo vivieron esos fatídicos años.

 Hans-Jürgen Massaquoi, el niño negro que quería ser nazi 


Hoy os traigo un relato de un niño mulato (hijo de un hombre de raza negra procedente de Liberia y una mujer aria) que, desde muy temprana edad, se empeñó en pertenecer a las Juventudes Hitlerianas.
La familia de Hans-Jürgen Massaquoi disfrutaba de inmunidad diplomática, ya que su abuelo, por parte de padre, era el cónsul liberiano en Alemania. Esto hacía que, a pesar de ser mulato y su familia paterna negra, no tuvieran problemas de convivencia en su Hamburgo natal, en un tiempo en el que cada vez se hacían más presentes las tesis xenófobas promulgadas desde el Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores recién llegado al poder.
De hecho, Hans había quedado absorto tras conocer en persona al mismísimo Hitler, durante una visita que hizo éste a su colegio en 1934. Por aquel entonces el niño tan solo contaba con 8 años de edad, pero había sido contagiado por el entusiasmo de sus compañeros y profesores.


 Hans junto a su madre

Todos los niños de su clase estaban siendo afiliados al movimiento juvenil, por lo que él también quería pertenecer.
No era consciente de que, a pesar de tener ese estatus especial gracias a la profesión de su abuelo, muchos eran los que lo miraban con cierto recelo al no ser un ‘ciudadano de raza pura’.
Cada vez que había una reunión de las Juventudes Hitlerianas, Bertha, la madre del muchacho se las ingeniaba para no llevarlo, a sabiendas de que no sería bien recibido por los participantes.
Era tal el fervor que el pequeño Hans sentía por los símbolos nazis que incluso hizo que le cosieran una esvástica en su jersey, la cual lucía con todo orgullo, tal y como recoge la única fotografía que existe del niño con el símbolo nazi en su ropa.
No dejaba de ser un niño, por lo que no era totalmente consciente de las diferencias raciales entre él y sus compañeros de escuela y aunque era tratado a menudo con respeto por la mayoría de ellos, siempre había el típico que trataba de hacerle ver que no eran iguales en todo y, sobre todo, en el color de la piel.

Pero todo cambiaría en la vida de Hans en 1936, ya que con 10 años de edad fue testigo de cómo el atleta afroamericano Jesse Owens ganó cuatro medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Berlín y con ello ofendió a Hitler, provocando en la población alemana el rechazo unánime hacia las personas de raza negra.
En la escuela ya no lo trataban igual y eran muchas las ocasiones en las que se sintió intimidado por otros niños que se creían superiores a él.

Tras la guerra Hans-Jürgen Massaquoi emigró a Estados Unidos

La tensión racial y política del país obligó a la familia paterna de Hans a salir de Alemania, quedándose el niño viviendo junto a su madre. Pero ya no estaban en la residencia del consulado y, por tanto, todos los privilegios de los que habían estado disfrutando hasta entonces se esfumaron, aunque no sufrieron el mismo tipo de persecución a la que fueron sometidos otros colectivos.
[Te puede interesar: La Rosa Blanca, el grupo de jóvenes alemanes que se organizaron para acabar pacíficamente con el nazismo]
Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial y con quince años recién cumplidos el joven Hans-Jürgen Massaquoi quiso alistarse en el ejército y servir a su país, siendo rechazado por el color de su piel, algo que no sucedía con los mischlinge, que sí eran aceptados.
Los terribles años de nazismo en Alemania y la brutal guerra hicieron que en los siguientes años se diera cuenta de todo el horror vivido y cometido desde la cancillería de su país y decidiese emigrar a los Estados Unidos, donde trabajaría en varios periódicos y acabaría convirtiéndose en un reputado y famoso periodista.
Hans falleció el pasado 19 de enero de 2013, el mismo día que cumplía 87 años, dejando tras de sí una vida dedicada a escribir libros y fundar prestigiosas revistas en defensa del colectivo afroamericano y a pesar de que han pasado muchos años desde que renunció y se dio cuenta de lo terrible que fue el régimen de Hitler, se le recordará como el niño negro que quiso ser nazi.

miércoles, 5 de junio de 2013

La rebelion de Detroit de 1967

A lo largo del siglo XX, en muchas de las principales ciudades estadounidenses a menudo se producían grandes disturbios en señal de protesta. Una de las más brutales fue el motín de Detroit (julio de 1967)

La ocasión fue una serie de redadas policiales para verificar la licencia en uno de los bares de la calle 12. Un conflicto con los clientes afroamericanos de la población local fue el detonante. Todo estaba dado para el enfrentamiento. Cinco días de constantes y fuertes manifestaciones y de saqueos a negocios.

Resultado: 43 muertos, 467 heridos, más de 7.200 detenidos y la destrucción de más de 2.000 edificios.

Para finalizar con la rebelión, el gobernador envió a la Guardia Nacional, y el presidente, envio al Ejército.