sábado, 24 de noviembre de 2012

Gracias a una cafetera se inventó la webcam

La tecnología computacional avanza tan rápido que es difícil acordarse de cómo era la vida antes de internet. Pero hace sólo 19 años, a principios de los 90, la web no tenía motores de búsqueda, redes sociales ni tampoco cámaras
Estas fueron las primeras imágenes que el mundo vio a través de internet.




Los científicos que inventaron las primeras webcams (iniciando así una revolución que nos traería las teleconferencias y retransmisiones en vivo a través de la red), en realidad dieron con la idea persiguiendo era otra cosa muy distinta: café caliente.

Algo indispensable para el equipo de fanáticos de la tecnología que trabajaban en aquel entonces en la Universidad de Cambridge, en Reino Unido, era la cafetera.

"Una de las cosas que son muy, muy importantes entre los investigadores de ciencia computacional es un constante flujo de cafeína", explica el Dr. Quentin Stafford-Fraser.

Pero el problema para los científicos era que la cafetera estaba ubicada en el principal laboratorio de computación, conocido como la habitación Troyana, y muchos investigadores trabajaban en distintos laboratorios en otros pisos del edificio.

Para resolver el problema, él y otro científico, el Dr. Paul Jardetzky, improvisaron una cámara para poder ver la cafetera.

La primera webcam.




Sus creadores improvisaron una pequeña cámara Philips para vigilar la cafetera.

La cámara tomaba imágenes tres veces por minuto y diseñaron un programa que permitía a los investigadores del departamento ver las imágenes en su red de computadoras interna.

Esto evitó que tuvieran que moverse físicamente para revisar la cafetera y también la profunda decepción de hallarla vacía.

Sin embargo, no fue hasta el 22 de noviembre de 1993 que la cámara de vigilar el café dio el salto a la internet.

Una vez más, fue un científico computacional, momentáneamente distraído de su proyecto de investigación, quien dio con la idea.

El Dr. Martyn Johnson estaba investigando las posibilidades de la internet y analizando el código del servidor pensó que sería fácil imitar el sistema de vigilancia de la cafetera en la red.

"Elaboré un breve guión en torno a las imágenes capturadas", explicó, "la primera versión era tan sólo de 12 líneas de código, probablemente menos, y simplemente copié la imagen más reciente al receptor donde fuera que estaba ubicado".


Allí estaban las borrosas imágenes de una cafetera en el laboratorio de la universidad, que quedaron inscritas en el libro de las anécdotas del centro, por ser las primeras imágenes transmitidas a través de internet.

La cafetera más famosa.


Los investigadores podían ver si la cafetera estaba llena sin abandonar su escritorio.

"No variaba mucho", explica el Dr. Stafford-Fraser. "Era una cafetera vacía o una llena, o en momentos más emocionantes quizás una cafetera medio llena y luego tenías que adivinar si el nivel de café subía o bajaba".

El rumor se extendió y muy pronto millones de entusiastas de la tecnología de todo el mundo accedían a las imagines de la cafetera en el laboratorio Troyano de la Universidad de Cambridge.

El Dr. Stafford-Fraser recuerda recibir correos electrónicos desde Japón preguntando si podían poner una luz en la cafetera durante la noche para que pudiera verse en distintas zonas horarias.

La oficina de Información Turística incluso organizó visitas turísticas de estadounidenses a el laboratorio de computación para que lo vieran por ellos mismos.

"Para ser honestos creo que estábamos todos un poco desconcertados", confiesa el Dr. Johnson, "a veces creo que nunca más en mi vida algo en lo que he estado involucrado logrará tener tanta cobertura como esta idea que tuve en una tarde".


El último adiós-


Un total de 71 personas pujaron por la cafetera cuando se subastó en eBay.

Diez años y millones de visionados más tarde, los científicos quieren seguir hacia adelante y a pesar de las quejas de los nostálgicos seguidores de la cafetera, decidieron desconectar la emisión.

La última imagen que se pudo ver es la de los científicos apretando el botón de apagado.

"En diez años ha pasado de ser una idea loca a una novedad de la que se enteraron muchos, un icono de los primeros años de la internet, a ser algo histórico y algo que la gente echaba de menos una vez que ya no estaba ahí", concluye Stafford-Fraser.

"Sólo en internet pueden pasar estas cosas en sólo unos años".

La cafetera se subastó, por supuesto a través de la internet, por US$5.345.

La compró la revista alemana Der Spiegel, que pronto devolvió a la cafetera a su actividad normal.



sábado, 3 de noviembre de 2012

Karánsebes, la batalla más absurda de la historia



La Batalla de Karánsebes tuvo lugar durante la guerra Ruso-Turca (1787-1792), en la tarde del 17 de septiembre de 1788, entre diferentes partes de un ejército austríaco que creía estar luchando contra tropas del Imperio Otomano. Una extraña serie de circunstancias la convirtieron en la batalla más absurda de la historia.
Ese dia, hacía un año que había estallado la enésima guerra entre los imperios austríaco y otomano, y un ejército austríaco de 100.000 hombres se dirigía hacia la ciudad fronteriza de Karansebes (en la actual Rumanía) para acampar en vísperas de una invasión. La mayoría de las tropas austríacas las conformaban pueblos sometidos (italianos, serbios, croatas, húngaros, rumanos) y muy pocos de los soldados hablaban alemán, la lengua del emperador.
Los primeros en llegar fueron una vanguardia de húsares con la misión de explorar y limpiar el territorio de posibles enemigos, pero no encontraron un solo soldado turco. En su lugar apareció un grupo de gitanos que vendían aguardiente, así que los soldados les compraron unos cuantos barriles y empezaron a beber mientras llegaban los refuerzos.




Un tiempo después llegó un contingente de infantería compuesto por eslavos, lombardos, austriacos, etc, que solicitó su correspondiente trago de aguardiente. Sin embargo, los húsares (ya borrachos) se negaron a darles nada y construyeron barricadas en torno a los barriles de licor. Comenzó entonces una agria disputa entre los dos contingentes que culminó con un disparo al aire.
Entonces todo se desató. Los rumanos creyeron que el disparo lo había hecho un francotirador turco y comenzaron a gritar. “¡Turcii! ¡Turcii!”, “¡Los turcos!”. Los húsares salieron corriendo. Los infantes se desbandaron.




En un intento por imponer orden, los oficiales austríacos entraron en escena y comenzaron a gritar “¡Halt!”, “Alto”. Sin embargo los soldados creyeron oír “¡Alá!”, el grito de guerra de los otomanos, y el caos se multiplicó.
Coincidió entonces que llegaban otros grupos de tropas. Desde la distancia, un oficial de caballería vio a los húsares dando vueltas alrededor del campamento revuelto. No le cupo la menor duda, debía ser un ataque de la caballería turca. Así que ordenó una carga, sable en mano, contra lo que creía el enemigo.




Al mismo tiempo, la carga de caballería fue vista desde otro punto por un cuerpo de artillería. Creyendo sin duda que eran los turcos, los artilleros abrieron fuego contra los jinetes. Ya enloquecidos, los soldados se dispersaron en pequeñas bandas que disparaban a todo lo que se movía, creyendo que los turcos estaban por todas partes.
Aterrorizados por completo, los soldados hacían fuego contra todo aquello que se les acercaba sin ver que a quienes disparaban era a sus propios compañeros. Para cuando los generales austríacos pudieron hacerse con el control de la situación, ya era demasiado tarde, gran parte de las tropas se habían aniquilado entre ellas y los que quedaban en pie se encontraban confundidos y conmocionados.




Así se sucedieron las horas de batalla hasta que en un momento dado todos decidieron que había llegado el momento de emprender la huida. Durante ésta el caballo del emperador se espantó y José II acabó en una poza.
Dos días más tarde llegaron a Karánsebes los turcos, quienes, como es de esperar, no encontraron ninguna resistencia, sino todo lo contrario. Cerca de 10.000 hombres habían muerto o se encontraban gravemente heridos ¡por fuego amigo!.
Tras la tragedia, el emperador José II escribió al canciller Kaunitz:
“Este desastre sufrido por nuestro ejército a causa de la cobardía de alguna de nuestras unidades aún es incalculable. El pánico reinaba por doquier, en nuestro ejército, en el pueblo de Karánsebes y en todo el camino hasta Timisoara, a diez leguas largas de allí. No puedo describir con palabras los terribles asesinatos y violaciones que se produjeron.”
El alcohol, la avaricia y la confusión de lenguas fueron los detonantes de esta estúpida batalla que ha quedado como una de las más absurdas de la historia.