Tras la caída del Bloque Soviético, infinidad de naciones y repúblicas se formaron de sus cenizas.
La mayoría, como es el caso de Polonia o la República Checa, lograron salir adelante después de tal crisis. Sin embargo, otras, tan pequeñas que su tamaño era inferior al de una ciudad metropolitana y en regiones tan conflictivas como Medio oriente, se vieron a merced de la subida de nuevos dictadores.
Una de estas repúblicas fue Turkmenistán, la cual en 1992, poco después de salirse de la URSS, se metería en un problema aun más grande. Y no era para menos, ya que su recientemente electo Presidente, Saparmurat Niyazof, carecía de unos cuantos tornillos. Aunque debemos decir que la hazaña fue fácil, ya que él era el único candidato.
Niyazof, que había crecido huérfano en un orfanato soviético, estaba obsesionado con darle una “identidad” a su pueblo, que según él era inexistente tras tantos años de dominio Soviético. En primera instancia reflejaría su función mesiánica adoptando el nombre Turkmenbashi -Padre de los turcomanos-. Tanto le gustó su nuevo nombre que, prácticamente, renombró todas las ciudades, incluidas la más grande del país, como Turkmenbashi.
Y para asegurarse de estar presente a todo momento, también renombraría el primer mes del año como “Turkmenbashi” -y como regalo a su madre Abril, y la palabra “pan” pasaría a llamarse como ella, Gurbansoltanedzhe-. No obstante, a sabiendas de que todo líder mesiánico debía escribir su propio libro de reglas morales y consejos para el pueblo, al cual llamaría Ruhnama. Libro que, por supuesto, estaría escrito con un alfabeto que él ayudaría a diseñar.
Este libro sería su orgullo, por lo que las bibliotecas de Turkmenistán, cuestión de no distraer al lector con “sandeces” como Platón, Aristóteles, Rousseau , Friedman, Darwin, etc, solo ofrecería el Ruhnama. Libro más que requerido, ya que si un turcomano quería graduarse en la secundaria, primero debía memorizar el libro completamente. Lo mismo si alguien deseaba ocupar un cargo público -el 99% de la plaza laboral de Turkmenistán-. Si eso no es poco, debemos agregar que su libro posee una un monumento de más de
Pero no sólo su nombre, debía aparecer en todos lados, algo que traía problemas ya que más del 30% de las calles se llamaban, Turkmenbashi, sino que su imagen también era merecedora del mismo trato. Por lo que cada billete debía poseer su efigie, cada canal de televisión debía incluir su rostro en logos y relojes, y cada botella de vodka, así como otra gran cantidad de productos alimenticios, debía tener su imagen.
Pronto, ya pasados unos seis años de su “reino”, Turkmenbashi descubriría que él, quién más sino, tenía la clave a los secretos para una buena salud. Por lo que prohibiría el uso de dientes de oro y dentífricos, ya que mascar huesos y comer manzanas era una mejor idea para el cuidado oral.
Cerraría todos los hospitales fuera de la capital ya que consideraba que los enfermos debían acercarse a él, y reemplazaría el Juramento Hipocrático de los médicos por el “Juramento a Turkmenbashi”.
Peor aun, obsesionado con su legado, ordenaría la construcción de estatuas de oro honrándolo y, en una de sus órdenes más alocadas, decidiría comenzar la empresa de construir un palacio de hielo en el desierto de Karakum. Muchas de estas estatuas, además de oro, estaban hechas a partir del material fundido de un meteorito de más de 300 kilos también llamado… adivinaron, Turkmenbashi. En el verano del 2004, tras ver un panfleto no de su agrado en la capital de Turkmenistán, ejecutaría en cadena nacional a su Ministro del Interior.
En el
2 comentarios:
Descanse en paz, todos los habitantes de este país sin ese tio pelmazo...
Joder! Parece mentira que sigan existiendo estos tipos de despotismo. Buena entrada.
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