martes, 15 de junio de 2010

Las famosas siamesas cantantes

Millie y Christine McCoy eran dos gemelas siamesas que vinieron al mundo unidas por un segmento de la columna lumbar hasta la pelvis.
Nacieron en Carolina del Norte el 11 de julio de 1851 mientas sus padres eran esclavos de Alexander McCoy, quien posteriormente las vendería por $ 100 USD a un empresario circense.

El nuevo dueño de las niñas junto a su esposa se esmeró en darles la mejor educación, y en ésta se incluía la danza, música y canto.


Durante su infancia fueron instruidas especialmente en música y vocalización para luego cantar a dúo las melodías de la época.
Su especial configuración física y la caja de resonancia toráxica que tenían, hicieron que fueran consideradas como excelentes contralto (Millie) y soprano (Christine), de gran matización vocal y con delicados pianissimos.
Fueron educadas exquisítamente -obvio- para lucrar después de ellas presentándolas en sociedad. Llegaron también a hablar fluídamente 5 idiomas, realmente eran un portento.
En aquella época fueron apodadas ‘La Octava Maravilla del mundo’.


Su fama llegó a tal nivel que se vendían autobiografías de ellas durante sus presentaciones en los mejores circos que había en ese entonces.

En 1870, Millie y Christine estaban en la cúspide del estrellato. Por todo lo que ganó su dueño, en pocos años les otorgó su carta de libertad, ya no eran esclavas.
Tanta era su popularidad que la mismísima Reina Victoria de Inglaterra las recibió en audiencia privada con concierto incluído en una gira que realizaron por Europa.


Nunca llegaron a casarse pero con el dinero que ahorraron de su época de bonanza se dedicaron a apoyar a las iglesias negras de Charlotte -donde se radicaron- y a mantener y dar clases de vocalización a sus coros cristianos.


En octubre de 1912 Millie sufre una tuberculosis que la lleva a la muerte y en un acto de bondad -para mí-, los médicos decidieron suministrar morfina a su hermana Christine para ayudar a terminar con su vida de una manera rápida y sin dolor. Sin embargo, Christine sobrevivió a su hermana durante 17 horas. Murieron a los 61 años de edad.

Me pongo a pensar en la desesperante situación de Christine. Ver fallecer a su hermana -con quien compartía su colummna- y pensar inmediatamente en su futuro, en que estaba también condenada a morir junto a ella.

Según mi punto de vista, los médicos de la época hicieron lo adecuado. Christine no tenía otra alternativa.

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