¿Cómo es posible que objetos y tecnologías con 2000, 3000 o 4000 años todavía sigan siendo omnipresentes en nuestras vidas? ¿Es posible que el no contar con un instrumento ideado 600 años antes de Cristo todavía pueda arruinarnos la tarde? ¿No estábamos en el siglo XXI? ¿No habíamos despachado toda atadura con el pasado mecánico y analógico?
Sí, bueno, esa es precisamente la confusión con la que tropiezan muchos apresurados entusiastas que no han tenido el tiempo para observar los cambios con cierta perspectiva. La revolución digital no es diferente de las otras que han ocurrido desde la invención de la rueda o el descubrimiento de la agricultura. Es decir, no es uniforme. Una escena actual, de la actualidad que fuese, siempre es una combinación de tecnologías nuevas y antiguas, de emergentes y persistentes.
Mire a su alrededor y lo notará al instante. Junto a su reluciente notebook modelo 2010 casi seguramente haya uno que otro papel (2200 años de antigüedad) y una birome (72 años desde que Bíró registró su patente), y tal vez un manojo de llaves (una tecnología con no menos de 4000 años de historia).
A continuación, las diez tecnologías e instrumentos arcaicos que he ido anotando en los últimos meses y los motivos por los que, en mi opinión, todavía tienen para un rato más entre nosotros.
El reloj de pulsera (1868)
Cuando estuve en Europa, a principios del otoño, decidí no llevar mi reloj de pulsera. Era una cosa menos por perder. "Y -razoné- puedo mirar la hora en el celular, que además es digital y computarizado y por lo tanto podré configurarlo para una docena de horas locales, etcétera".
Tonterías. Al tomar esa decisión pasé por alto algo fundamental. Cuando cargás una mochila, estás perdiendo un tren o un avión, y tus manos están ocupadas con mapas, bolsos, pasajes y un café, que ha sido tu único alimento esa mañana porque te quedaste dormido, un simple giro de la muñeca te permite saber la hora de forma instantánea y sin complicaciones, distracciones ni detenciones. Siempre y cuando a) hayas llevado tu reloj y b) no sea la misma mano que la que sostiene el café.
En suma, me juré nunca más salir de mi casa sin el reloj de pulsera. Digital, analógico, ecológico, con manecillas, LCD, con calculadora, no importa, la idea de consultar el cronómetro sin manipular ningún dispositivo es tan pero tan buena que no hay computadora, celular, smartphone o servicio online que lo supere.
Nota al margen: hace más o menos un mes se le agotó la batería a mi reloj y ya estoy planeando adquirir uno de esos que no requieren cambiarle la pila.
El lápiz y el papel (4000 a.C.)
Todavía debo una columna sobre el papel. De momento diré, tan sólo, que ningún otro registro es más confiable, salvo que lo tallemos en piedra, ni más inmediato.
Si quiero tomar una nota con mi iPhone tengo que apretar el botón de desbloqueo, ingresar la contraseña, abrir la aplicación de notas, tocar la pantalla y, por fin, tipear en un teclado que es de todo menos cómodo. En la computadora tengo un atajo que abre el Bloc de Notas . Rápido y cómodo, pero hay que acordarse de salvar el documento (con lápiz y papel se salva a medida que se escribe), el atajo debe ser configurado, la computadora no debe colgarse y no se trata de algo muy portátil. En el caso de la netbook, necesito cuando menos sacarla del modo Sleep o de la Hibernación para tomar una nota. Digamos, nada que venga en nuestra ayuda cuando el taxi pasa raudo frente a una casa que nos gusta, que está en venta y queremos anotar el teléfono de la inmobiliaria.
No porque sí seguimos usando lápiz y papel a diario.
El control remoto (1950)
Si la Xbox 360 tiene el Kinect, si los smartphones aceptan comandos de voz, ¿por qué algo tan simple como un televisor o un reproductor de DVD de mesa necesitan un control remoto más o menos tan complicado como el tablero de mandos del Trasbordador Espacial? Parecería que es un típico caso de la tecnología obsoleta que sigue entre nosotros porque es barata. Es decir, que reemplazar el remoto por órdenes gestuales o de voz elevaría el costo del equipo innecesariamente. De ninguna manera.
Este control de infrarrojos, aunque antiguo y odiado, tiene un número de ventajas sobre el control por voz o los mandos de la Wii (Nintendo), Kinect (Microsoft) y Move (Sony). Ventajas, digo, cuando se trata de electrodomésticos, no para jugar al FIFA.
Primero, son bien conocidos. Puede que a todos nos cueste programar algo desde el remoto, pero lo básico es obvio. No hace falta leer un manual para aprender qué gesto u orden verbal cambian de canal o ponen pausa el DVD.
Segundo, no hacen ruido. Podemos ver la tele con auriculares y no despertaremos al cónyuge toda vez que le pedimos Canal Arriba o Canal Abajo.
Tercero, ¿notó la cantidad de remotos que hay en una mesa de living típica? Ese es otro problema. ¿Por qué? Porque mientras la codificación de los infrarrojos es transparente para el usuario, si tuviera que hacer gestos o dar órdenes verbales cada una debería ser única para el dispositivo y la acción. Sería como aprender a hablar de nuevo. En el caso de los gestos, ni hablar..., lea lo que sigue.
Cuarto, su uso está aceptado y nadie se siente ridículo de estar tirado en el sofá apuntando con una cosa de plástico hacia la tele cambiando canales. No ocurriría lo mismo, me temo, si nos viéramos obligados a hacer gestos al estilo de Minority Report. Pero hay más. Cualquiera que haya jugado con una Wii sabe que cambiar de canales por medio de gestos implica un serio riesgo de meterle un codazo al que tengamos sentado al lado.
El teléfono de línea (1876)
Pese a la difusión de los móviles y Skype, la línea física todavía tiene una cantidad de ventajas. No se queda sin carga o sin señal y funciona aunque se corte la luz. En mi caso, uso exclusivamente el celular, pero la línea física sigue ahí para el servicio de Internet por DSL.
El cash (entre 3000 y 600 a.C.)
Cada mes o mes y medio sale la noticia de alguna nueva y exótica forma de pago que usa desde el celular hasta ondas mentales, pero el efectivo todavía puede salvarnos el día. O la noche.
Hace una semana, unos de los restaurantes que visito con frecuencia se había quedado sin POSnet (aparato que lee las tarjetas de débito y crédito). Por fortuna llevaba conmigo efectivo, de otro modo me habría quedado sin el plato que venía planeando y toda la maniobra para dejar el auto a buen resguardo habría sido en vano. Nada grave en comparación con lo que me ocurrió hace un par de meses.
Tenía que dar una clase en la Universidad de Salvador y por esas cosas extravagantes de Buenos Aires me fue imposible conseguir un taxi. Claro, era la hora pico. En fin, sin comentarios.
Podía ir caminando desde el diario hasta Córdoba y Callao, pero hacía un poco de calor e iba cargado. Decidí tomar un colectivo. ¡De verdad, para qué gastar en un taxi por veinte cuadras! Entonces recordé que no tenía más que una patética moneda de 5 centavos en el bolsillo del saco. Quise conseguir cambio en dos o tres quioscos. Me miraron como si acabara de bajarme de un ovni.
Seguí mi marcha a pie mientras rezongaba porque una tecnología antiquísima todavía podía ponernos en jaque. Clink, caja.
Las llaves (4000 a.C.)
Se encuentran entre los mecanismos más antiguos que existen, pero siguen ahí, firmes. No tenemos pudor en reemplazarlas por dispositivos electrónicos en los automóviles, por ejemplo, pero, salvo excepciones, el resto de nosotros sigue confiando en la cerradura mecánica con llave de bronce. ¿Por qué?
La cerradura no requiere energía eléctrica y es notablemente resistente al desgaste. Si el manojo de llaves se nos cae al piso o al agua, si es expuesto al sol dentro de un auto o si nuestro perro decide que es divertido robárnoslo e hincarle el diente durante veinte minutos seguirá funcionando como el primer día.
Un poco de lubricante cada tanto y sabemos por 4000 años de experiencia que podremos salir de la casa. Y, lo que posiblemente sea más importante, volver a entrar.
El interruptor de la luz (1884)
Algo semejante ocurre con las llaves de la luz. ¿Cómo es que todavía no han sido reemplazadas en masa por sensores que perciben si estamos ahí, reconocen quiénes somos y de qué humor estamos, para determinar la cantidad de iluminación adecuada?
Simple: porque eso no serviría para nada. No somos geranios. Nuestra relación con la luz es mucho más complicada de lo que las computadoras pueden todavía evaluar. Tanto que un interruptor en nuestras manos puede hacer un mejor trabajo que todos los sensores del mundo. Basta imaginar el fracaso que sería una fiesta sorpresa si ya hubiéramos abandonado las obedientes llaves de luz. Además, se basan en un principio tan simple que alcanza con que estén más o menos bien fabricadas para durar décadas. Son, quizás en este caso amerita señalarlo, mucho más económicas.
Curioso como pueda sonar, no necesitan energía eléctrica para funcionar, son completamente mecánicas. Claro, ¿para qué podría uno querer encender una luz con un interruptor inteligente si se ha cortado la energía? Ese no es el punto. ¿Qué ocurre si la energía no llega al interruptor? ¿Qué ocurre si sufre una falla eléctrica?
Por supuesto, la domótica considera soluciones mixtas para poder tener lo mejor de los dos mundos, pero en la inmensa mayoría de los hogares y las oficinas seguimos usando interruptores convencionales. Estoy seguro de que me resultaría muy entretenido ponerme a programar la inteligencia de las luces de mi casa (amo la domótica), pero dado que la pila de libros que quiero leer sigue creciendo y mi tiempo es cada vez más escaso, mejor estiro el brazo, enciendo el velador que está junto a mi sofá y vuelvo a la página donde dejé anoche.
Los mapas (16.500 a.C.)
Es la tecnología más antigua de mi lista y por eso la incluyo. No es sólo que estén hechos en papel, lo que podría emparentarlos erróneamente con la segunda mención de este inventario, sino la idea de una vista general de la zona que queremos navegar.
El que estén en papel, por supuesto, también suma. Uno de mis amigos más informatizados me contaba que tiene docenas de planos de edificios en su iPhone, por razones de trabajo. Pero que nunca le faltan los otros, los obsoletos en papel, "para poder hacer anotaciones", me explica.
Pero hay algo más que el mapa, cualquier mapa, ofrece: perspectiva, conciencia de dónde estás respecto de todo lo demás. El GPS te guía, y para los que nacimos con el más profundo e irreversible despiste es una bendición. Pero no me atrevería a iniciar un viaje por ciudades desconocidas sin el buen mapa en papel, ese que no depende de la conexión 3G o la señal satelital. ¿Acaso es que no estoy lo bastante aggiornado? Eso es poco probable, pero sobre todo es irrelevante. Lo que me he venido planteando es por qué ciertas antiguas tecnologías siguen siendo tan populares. Si la cámara de rollos desapareció en tan sólo diez años y ya es una rareza, ¿por qué los miles de turistas que veo en mis viajes llevan una cámara digital y, a la vez, esgrimen su mapa de papel como si fuera a la vez un estandarte y un salvavidas? Porque saben que los llevará de vuelta al hotel y, eventualmente, a su lejano hogar.
La brújula magnética (1400 a.C.)
En una historia que contaré en breve (estoy haciendo algunos experimentos todavía, y no son para nada fáciles) se verá cómo compiten una brújula digital y una magnética, y por qué ésta sigue siendo más confiable. No sólo por los motivos que ya cité en el caso de las llaves y el papel y el lápiz, sino porque es mucho más difícil que se confunda o necesite ser recalibrada. Dadas las consecuencias de elegir el rumbo equivocado (geográficamente o en cualquier otro sentido), la brújula magnética sigue siendo, gracias a su inmutable y casi eterno vínculo con la Madre Tierra, una inequívoca referencia.
La fotocopiadora (1948).
Pese a todo, la buena y vieja fotocopiadora no se resigna a desaparecer. Su suerte está unida a la del papel, y todo parece indicar que mientras exista el uno necesitaremos la otra.
Sí, bueno, esa es precisamente la confusión con la que tropiezan muchos apresurados entusiastas que no han tenido el tiempo para observar los cambios con cierta perspectiva. La revolución digital no es diferente de las otras que han ocurrido desde la invención de la rueda o el descubrimiento de la agricultura. Es decir, no es uniforme. Una escena actual, de la actualidad que fuese, siempre es una combinación de tecnologías nuevas y antiguas, de emergentes y persistentes.
Mire a su alrededor y lo notará al instante. Junto a su reluciente notebook modelo 2010 casi seguramente haya uno que otro papel (2200 años de antigüedad) y una birome (72 años desde que Bíró registró su patente), y tal vez un manojo de llaves (una tecnología con no menos de 4000 años de historia).
A continuación, las diez tecnologías e instrumentos arcaicos que he ido anotando en los últimos meses y los motivos por los que, en mi opinión, todavía tienen para un rato más entre nosotros.
El reloj de pulsera (1868)
Cuando estuve en Europa, a principios del otoño, decidí no llevar mi reloj de pulsera. Era una cosa menos por perder. "Y -razoné- puedo mirar la hora en el celular, que además es digital y computarizado y por lo tanto podré configurarlo para una docena de horas locales, etcétera".
Tonterías. Al tomar esa decisión pasé por alto algo fundamental. Cuando cargás una mochila, estás perdiendo un tren o un avión, y tus manos están ocupadas con mapas, bolsos, pasajes y un café, que ha sido tu único alimento esa mañana porque te quedaste dormido, un simple giro de la muñeca te permite saber la hora de forma instantánea y sin complicaciones, distracciones ni detenciones. Siempre y cuando a) hayas llevado tu reloj y b) no sea la misma mano que la que sostiene el café.
En suma, me juré nunca más salir de mi casa sin el reloj de pulsera. Digital, analógico, ecológico, con manecillas, LCD, con calculadora, no importa, la idea de consultar el cronómetro sin manipular ningún dispositivo es tan pero tan buena que no hay computadora, celular, smartphone o servicio online que lo supere.
Nota al margen: hace más o menos un mes se le agotó la batería a mi reloj y ya estoy planeando adquirir uno de esos que no requieren cambiarle la pila.
El lápiz y el papel (4000 a.C.)
Todavía debo una columna sobre el papel. De momento diré, tan sólo, que ningún otro registro es más confiable, salvo que lo tallemos en piedra, ni más inmediato.
Si quiero tomar una nota con mi iPhone tengo que apretar el botón de desbloqueo, ingresar la contraseña, abrir la aplicación de notas, tocar la pantalla y, por fin, tipear en un teclado que es de todo menos cómodo. En la computadora tengo un atajo que abre el Bloc de Notas . Rápido y cómodo, pero hay que acordarse de salvar el documento (con lápiz y papel se salva a medida que se escribe), el atajo debe ser configurado, la computadora no debe colgarse y no se trata de algo muy portátil. En el caso de la netbook, necesito cuando menos sacarla del modo Sleep o de la Hibernación para tomar una nota. Digamos, nada que venga en nuestra ayuda cuando el taxi pasa raudo frente a una casa que nos gusta, que está en venta y queremos anotar el teléfono de la inmobiliaria.
No porque sí seguimos usando lápiz y papel a diario.
El control remoto (1950)
Si la Xbox 360 tiene el Kinect, si los smartphones aceptan comandos de voz, ¿por qué algo tan simple como un televisor o un reproductor de DVD de mesa necesitan un control remoto más o menos tan complicado como el tablero de mandos del Trasbordador Espacial? Parecería que es un típico caso de la tecnología obsoleta que sigue entre nosotros porque es barata. Es decir, que reemplazar el remoto por órdenes gestuales o de voz elevaría el costo del equipo innecesariamente. De ninguna manera.
Este control de infrarrojos, aunque antiguo y odiado, tiene un número de ventajas sobre el control por voz o los mandos de la Wii (Nintendo), Kinect (Microsoft) y Move (Sony). Ventajas, digo, cuando se trata de electrodomésticos, no para jugar al FIFA.
Primero, son bien conocidos. Puede que a todos nos cueste programar algo desde el remoto, pero lo básico es obvio. No hace falta leer un manual para aprender qué gesto u orden verbal cambian de canal o ponen pausa el DVD.
Segundo, no hacen ruido. Podemos ver la tele con auriculares y no despertaremos al cónyuge toda vez que le pedimos Canal Arriba o Canal Abajo.
Tercero, ¿notó la cantidad de remotos que hay en una mesa de living típica? Ese es otro problema. ¿Por qué? Porque mientras la codificación de los infrarrojos es transparente para el usuario, si tuviera que hacer gestos o dar órdenes verbales cada una debería ser única para el dispositivo y la acción. Sería como aprender a hablar de nuevo. En el caso de los gestos, ni hablar..., lea lo que sigue.
Cuarto, su uso está aceptado y nadie se siente ridículo de estar tirado en el sofá apuntando con una cosa de plástico hacia la tele cambiando canales. No ocurriría lo mismo, me temo, si nos viéramos obligados a hacer gestos al estilo de Minority Report. Pero hay más. Cualquiera que haya jugado con una Wii sabe que cambiar de canales por medio de gestos implica un serio riesgo de meterle un codazo al que tengamos sentado al lado.
El teléfono de línea (1876)
Pese a la difusión de los móviles y Skype, la línea física todavía tiene una cantidad de ventajas. No se queda sin carga o sin señal y funciona aunque se corte la luz. En mi caso, uso exclusivamente el celular, pero la línea física sigue ahí para el servicio de Internet por DSL.
El cash (entre 3000 y 600 a.C.)
Cada mes o mes y medio sale la noticia de alguna nueva y exótica forma de pago que usa desde el celular hasta ondas mentales, pero el efectivo todavía puede salvarnos el día. O la noche.
Hace una semana, unos de los restaurantes que visito con frecuencia se había quedado sin POSnet (aparato que lee las tarjetas de débito y crédito). Por fortuna llevaba conmigo efectivo, de otro modo me habría quedado sin el plato que venía planeando y toda la maniobra para dejar el auto a buen resguardo habría sido en vano. Nada grave en comparación con lo que me ocurrió hace un par de meses.
Tenía que dar una clase en la Universidad de Salvador y por esas cosas extravagantes de Buenos Aires me fue imposible conseguir un taxi. Claro, era la hora pico. En fin, sin comentarios.
Podía ir caminando desde el diario hasta Córdoba y Callao, pero hacía un poco de calor e iba cargado. Decidí tomar un colectivo. ¡De verdad, para qué gastar en un taxi por veinte cuadras! Entonces recordé que no tenía más que una patética moneda de 5 centavos en el bolsillo del saco. Quise conseguir cambio en dos o tres quioscos. Me miraron como si acabara de bajarme de un ovni.
Seguí mi marcha a pie mientras rezongaba porque una tecnología antiquísima todavía podía ponernos en jaque. Clink, caja.
Las llaves (4000 a.C.)
Se encuentran entre los mecanismos más antiguos que existen, pero siguen ahí, firmes. No tenemos pudor en reemplazarlas por dispositivos electrónicos en los automóviles, por ejemplo, pero, salvo excepciones, el resto de nosotros sigue confiando en la cerradura mecánica con llave de bronce. ¿Por qué?
La cerradura no requiere energía eléctrica y es notablemente resistente al desgaste. Si el manojo de llaves se nos cae al piso o al agua, si es expuesto al sol dentro de un auto o si nuestro perro decide que es divertido robárnoslo e hincarle el diente durante veinte minutos seguirá funcionando como el primer día.
Un poco de lubricante cada tanto y sabemos por 4000 años de experiencia que podremos salir de la casa. Y, lo que posiblemente sea más importante, volver a entrar.
El interruptor de la luz (1884)
Algo semejante ocurre con las llaves de la luz. ¿Cómo es que todavía no han sido reemplazadas en masa por sensores que perciben si estamos ahí, reconocen quiénes somos y de qué humor estamos, para determinar la cantidad de iluminación adecuada?
Simple: porque eso no serviría para nada. No somos geranios. Nuestra relación con la luz es mucho más complicada de lo que las computadoras pueden todavía evaluar. Tanto que un interruptor en nuestras manos puede hacer un mejor trabajo que todos los sensores del mundo. Basta imaginar el fracaso que sería una fiesta sorpresa si ya hubiéramos abandonado las obedientes llaves de luz. Además, se basan en un principio tan simple que alcanza con que estén más o menos bien fabricadas para durar décadas. Son, quizás en este caso amerita señalarlo, mucho más económicas.
Curioso como pueda sonar, no necesitan energía eléctrica para funcionar, son completamente mecánicas. Claro, ¿para qué podría uno querer encender una luz con un interruptor inteligente si se ha cortado la energía? Ese no es el punto. ¿Qué ocurre si la energía no llega al interruptor? ¿Qué ocurre si sufre una falla eléctrica?
Por supuesto, la domótica considera soluciones mixtas para poder tener lo mejor de los dos mundos, pero en la inmensa mayoría de los hogares y las oficinas seguimos usando interruptores convencionales. Estoy seguro de que me resultaría muy entretenido ponerme a programar la inteligencia de las luces de mi casa (amo la domótica), pero dado que la pila de libros que quiero leer sigue creciendo y mi tiempo es cada vez más escaso, mejor estiro el brazo, enciendo el velador que está junto a mi sofá y vuelvo a la página donde dejé anoche.
Los mapas (16.500 a.C.)
Es la tecnología más antigua de mi lista y por eso la incluyo. No es sólo que estén hechos en papel, lo que podría emparentarlos erróneamente con la segunda mención de este inventario, sino la idea de una vista general de la zona que queremos navegar.
El que estén en papel, por supuesto, también suma. Uno de mis amigos más informatizados me contaba que tiene docenas de planos de edificios en su iPhone, por razones de trabajo. Pero que nunca le faltan los otros, los obsoletos en papel, "para poder hacer anotaciones", me explica.
Pero hay algo más que el mapa, cualquier mapa, ofrece: perspectiva, conciencia de dónde estás respecto de todo lo demás. El GPS te guía, y para los que nacimos con el más profundo e irreversible despiste es una bendición. Pero no me atrevería a iniciar un viaje por ciudades desconocidas sin el buen mapa en papel, ese que no depende de la conexión 3G o la señal satelital. ¿Acaso es que no estoy lo bastante aggiornado? Eso es poco probable, pero sobre todo es irrelevante. Lo que me he venido planteando es por qué ciertas antiguas tecnologías siguen siendo tan populares. Si la cámara de rollos desapareció en tan sólo diez años y ya es una rareza, ¿por qué los miles de turistas que veo en mis viajes llevan una cámara digital y, a la vez, esgrimen su mapa de papel como si fuera a la vez un estandarte y un salvavidas? Porque saben que los llevará de vuelta al hotel y, eventualmente, a su lejano hogar.
La brújula magnética (1400 a.C.)
En una historia que contaré en breve (estoy haciendo algunos experimentos todavía, y no son para nada fáciles) se verá cómo compiten una brújula digital y una magnética, y por qué ésta sigue siendo más confiable. No sólo por los motivos que ya cité en el caso de las llaves y el papel y el lápiz, sino porque es mucho más difícil que se confunda o necesite ser recalibrada. Dadas las consecuencias de elegir el rumbo equivocado (geográficamente o en cualquier otro sentido), la brújula magnética sigue siendo, gracias a su inmutable y casi eterno vínculo con la Madre Tierra, una inequívoca referencia.
La fotocopiadora (1948).
Pese a todo, la buena y vieja fotocopiadora no se resigna a desaparecer. Su suerte está unida a la del papel, y todo parece indicar que mientras exista el uno necesitaremos la otra.
2 comentarios:
Una de las entradas mas entretenidas que he podido encontrar en este blog, me pareció muy divertida la narrativa para algunas situaciones. SALUDOS!
"Nuestra relación con la luz es mucho más complicada de lo que las computadoras pueden todavía evaluar."
jaja muy cierto.
Gran post, gran blog.
Saludos
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