miércoles, 8 de diciembre de 2010

El hombre que sobrevivio a una desaceleración de 180G

Antes de contar esta historia, decir que una G es 9.8 m/s^2, aceleracion de la gravedad. Es la fuerza a la que esta "acostumbrado" el cuerpo a resistir normalmente en su vida coidiana. Pero esta fuerza se puede acelerar o desacelerar (segun la direccion del vector) entonces soportar 180G seria 180 veces la fuerza normal de gravedad.


David Purley

David Purley no figura en las listas de pilotos de éxito dentro de la F1. Solo participó en 7 G.P. y en ninguno consiguió puntuar. Sin embargo, aparece en la historia del la F1 por dos tristes motivos.

Muchos lo recordaréis como el piloto desesperado por intentar, sin éxito, salvar la vida de su compañero de equipo Roger Williamson de las llamas de su March 731 ante la incomprensible pasividad de los comisarios de pista (creían que él era el piloto accidentado y solo quería salvar el coche) durante el GP de Holanda de 1973. Su esfuerzo, aunque vano, le valió la George Medal al mérito civil.

Y también figura en los archivos médicos como el ser humano que consiguió sobrevivir (¿milagrosamente?) a una de las más brutales desaceleraciones que se tienen registradas en el automovilismo deportivo.

En los entrenamientos del GP de Inglaterra de 1977 en Silverstone, impactó frontalmente contra un muro a 173 km/h con el pedal del acelerador atascado. El monoplaza se detuvo completamente en solo ¡66 centímetros!

Los expertos llegaron a la conclusión de que Purley sufrió una desaceleración que alcanzó una magnitud de 179,8 G; recordemos que a Robert Kubica solo le entraron 75 G.

El accidente le produjo múltiples fracturas óseas y lesiones internas, y su corazón llegó a pararse en tres ocasiones durante el traslado. Aún así, sobrevivió y se recuperó lo suficiente para volver a sentarse a los mandos de un monoplaza.

No llevaba HANS, ni chasis de fibra de carbono. Y como tampoco llevaba una estampita religiosa, lo suyo se puede calificar como inexplicable, incomprensible, enigmático…, pero jamás como milagroso. Al menos no en sentido estricto.

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